Don Rafael Torres, de 67 años, se ha convertido en un personaje entrañable de las calles por donde camina ofreciendo los panes artesanales que elabora su hijo. Bajo el fuerte sol, con una sonrisa permanente, el vendedor agradece cada día por tener salud y la posibilidad de llevar el sustento a su hogar.
Con una bandeja de panes de jamón y queso sobre la cabeza, don Rafa desafía las inclemencias del clima sin perder el entusiasmo. Según cuenta, lejos de sentir vergüenza por su trabajo, lo desempeña con orgullo, convencido de que no hay labor pequeña cuando se realiza con honestidad y dedicación.
Mientras algunos observadores podrían considerar este oficio como una tarea humilde o incluso sacrificada, para don Rafael representa una forma de vida digna. Asegura que el trabajo le mantiene activo y en contacto con la gente, además de permitirle colaborar en el negocio familiar que tanto quiere.
La historia de don Rafa ha conmovido a quienes lo conocen en su recorrido diario, demostrando que el esfuerzo y la gratitud pueden ser el motor para salir adelante, sin importar la edad ni las adversidades. Con cada pan que ofrece, también reparte una lección de perseverancia y humildad.
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